El oasis... (Capadocia, Turquía)

lunes, 30 de abril de 2007

"Quitarse la armadura oxidada"

Hoy me gustaría dedicar esta entrada a todos los caballeros que logran despojarse de la armadura oxidada. Para los que no hayan leído el entrañable cuento de Robert Fisher, resumiré su esencia. Trata de un caballero cuya hermosa armadura brilla tanto como el sol. Ciego de sólo contemplar el resplandor de su coraza, el caballero pierde conocimiento de todo lo que ocurre a su alrededor. Un día, desconozco muy bien por qué, la armadura se oxida y queda adherida al cuerpo del héroe, dejando al caballero preso de su propia auto-adulación.
Para deshacerse de tal cárcel, el individuo debe emprender un largo y difícil camino a través del cual va despojándose de la coraza. El conocimiento de sí mismo y de lo que le rodea han sido las armas para liberarse de su prisión auto impuesta.

Muchos de nosotros llevamos una armadura. La necesidad de una constante aprobación social, de presitigio, de ser amados y envidiados por nuestra imagen, posición social o logros profesionales va creando una cobertura rígida que se adhiere a nuestra persona. Es esa figura de cera que reproduce nuestra apariencia y dentro de la cual nos escondemos ante los demás.

¿Quién no se ha sentido alguna vez preso de sí mismo, de las exigencias auto impuestas, de esa coraza que nos impide movernos con veradera libertad? Porque, ya se sabe, la cera es un material inmodeable, rígido, que una vez se ha solidificado en una forma no admite cambio... a no ser que se derrita.

¿Y qué puede hacer que la cera se derrita o que la armadura se caiga? A mi alrededor estoy viendo un caso (viviendo un caso, más exactamente) en el que la caída de la coraza no se ha producido de manera voluntaria. Más bien ha sido un fuerte choque, una colisión brutal, lo que ha provocado el desprendimiento de algunos de sus pedazos.

¿Qué ocurre ahora? Pues que esos fragmentos caídos han dejado parte del cuerpo desprotegido, vulnerable a los golpes y a las vicisitudes. Y claro, se sufre. Pero la única solución ahora es continuar con ese proceso de desarme. Ya no hay vuelta atrás. Una vez te empiezas a exponer ante el mundo (y ante ti mismo) no puedes volver a cubrirte con pedazos de metal que, además, están oxidados.

Además de ello, estoy segura de que, una vez concluido el camino, alcanzas gún tipo de felicidad. Quizá el golpe haya sido demasiado duro y el resultado no merezca perder lo que has dejado por el camino, pero ¿quién sabe? a lo mejor al final de la ruta encuentras un nuevo paisaje que antes no habrías soñado y que descubres que te encanta. Al menos, te has recuperado a ti mismo, que no es un premio de mera consolación.

Nota: no sólo a los caballeros se les cae la armadura. También las damas pueden desprenderse de sus corsés. Pero el camino no será más fácil...

miércoles, 25 de abril de 2007

La estrategia de Delphi: rentabilidad explotando los dos hemisferios




En una parte del mundo, más de mil obreros de la provincia con más paro de España (y dicen que de Europa) luchan por evitar que la fábrica donde trabajan cierre y pierdan su empleo. Rentabilizan la ira y el miedo que les provoca el inminente desenlace en generar la fuerza con la que, cada día desde hace dos meses, acuden a cortar carreteras después de la jornada laboral en una fábrica sin piezas que montar.

Al otro lado del planeta, familias de algún país en vía de desarrollo (la India quizá, o Filipinas) esperan con ansia la llegada de esa empresa que les dará "cómodos" puestos de trabajo en labores que probablemente serán mejores que partirse la espalda en el campo o las minas. Eso sí, con sueldos "adaptados a la economía de sus países" (lo que se traduce por "una miseria", aunque para ellos probablemente sea una riqueza si lo comparan con lo que ganaban con las cosechas).

Ésta es la paradoja inherente al mundo globalizado en el que nos encontramos hoy. Ejemplos los hay por docenas cada día, pero el de Delphi, la empresa norteamericana que opera en la Bahía de Cádiz y que se declaró insolvente el pasado 20 de Febrero, es el de mayor actualidad en el país.
La declaración de bancarrota era el preludio de la opera buffa que la empresa estaba preparando: la llamada deslocalización.

La polémica que rodea a este acontecimiento podría inspirar el mejor guión de Rossini:
Por una parte, hay ciertas dudas de que la insolvencia que alega la multinacional sea tal. Como ha apuntado el Ministro de Industria, Joan Clos, al menos dos subdivisiones de la fábrica en Cádiz son rentables, ya que tienen mercado en la zona.
Por otra parte, se erige la sombra de las subvenciones recibidas por la empresa. Delphi ha reibido unos sesenta millones de euros del Gobierno español y la Unión Europea desde 1986 para desarrollar proyectos en la planta de Cádiz. Ahora, Clos ha dicho que ve muy difícil que este importe sea devuelto por la empresa si se comprueba cierta su insolvencia.
La estrategia está muy clara: una multinacional se instala en un país (España es un buen candidato al que tomar el pelo), cobra subvenciones para montar una planta en el territorio y, cuando la inversión en la plantilla deja de ser rentable, se marcha a otros países para abaratar costes (Polonia, República Checa o China son habituales destinos de las fábricas de automóviles en la actualdiad).

La tesis, defendida por más de un experto, esconde detrás un drama humano paralelo: por un lado, el de los trabajadores que se quedan en el paro porque "resultan demasiado caros". Por el otro, resulta rentable (literalmente hablando) mantener la diferencia abismal entre los países del primer y del tercer mundo. Estos últimos constituyen la mano de obra barata que permite a empresas como Delphi obtener beneficios a través de la explotación laboral y no de lo que sería lógico y ético: producir bienes de calidad que sean atractivos para el público.

Al final, los que padecen son los mismos, de un lado y de otro: aquellos cuyos escasos recursos no les permiten exigir un trato mejor.

martes, 17 de abril de 2007

"Una breve historia de Estados Unidos: el miedo"

La entrada publicada ayer intentaba (en ese típico momento de semi somnolencia en el que dejas a tus dedos vía libre para teclear lo que se les antoje en la pantalla del ordenador) recrear los pensamientos del autor de la masacre de Virginia momentos antes de ejecutar la matanza.
Este ejercicio cuasi literario y de mejorable calidad pretendía ser un reflejo de lo que en ese momento yo situaba como posible
causa de dicho suceso (dentro de las elucubraciones que todo el mundo hace, con poca idea y mucha imaginación, cuando acontece un hecho que se sale de lo cotidiano y que encima tiene su toque de morbo).
¿Qué pudo llevar a esa persona (hoy sabemos que chaval) a asesinar "in cold blood" a 32 personas en un campus universitario? El MIEDO. ¿El miedo a qué, concretamente? A nada en concreto y a todo en general. Ese sentimiento, el miedo paranoico, que siempre ha sido elemento sustancial, eterno e imprescindible, en la cultura norteamericana.
El miedo a los terroristas; el terror a lo diferente, lo exógeno; el pavor por la pérdida de control sobre todos lo que les rodea (los países latinoamericanos, la economía itnernacional, el petróleo...)
La sociedad norteamericana tiene, de una manera extraordinaria, interiorizado este sentimiento. ¿Si no, cómo se explica no sólo la total permisividad, sino el elogio del arma como animal de compañía-mejor amigo del hombre?
Ese miedo a todo ha servido además para justificar y apoyar el uso de la violencia, en un país donde las Fuerzas Armadas gozan de un verdadero clamor popular, donde los soldados son auténticos héroes épicos y las misiones en el exterior, incuestionables cruzadas (Irak aparte: para la mayoría no falló la idea original, sino el método de ejecución).
Por eso, dento de la repugnancia y perplejidad con que siempre se contemplan tragedias como las de ayer en Virginia, encuentro cierta lógica en ello. Es decir, lo contemplo como algo que "ciertamente podía suceder". De la misma manera que pudo suceder y sucedió en Columbine o en el condado Hamish de Pennsylvania. Estas tragedias, que tienen menos probabilidades reales de ocurrir en Europa (donde los "amigos del rifle" carecen del manifiesto apoyo de actores y políticos), son más "comprensibles" en una nación donde el miedo se ha convertido en el comodín de los políticos para manipular a la población y poder llevar a cabo todas aquellas estrategias que sirven a sus intereses.
Esperemos que este fenómeno avance con paso más lento en Europa...
Una paroida muy buena de esto es el VIDEO de South Park sobre la influencia del miedo en la historia de los EEUU.

lunes, 16 de abril de 2007

"El peligro está en todas partes"

"Tengo miedo. No puedo evitar que este sentimiento me taladre el cráneo y se instale en mi cerebro haciéndose huésped eterno de mi cabeza, hablándome día y noche, día y noche. Me avisa de los peligros que acechan nuestras vidas, nuestra patria. El riesgo está presente por doquier, los peligros vienen de todas partes. Estamos rodeados de enemigos que quieren acabar con nuestro país, la envidia de todos por ser el mayor ejemplo de democracia consolidada y desarrollo económico. ¿Por qué si no en los países árabes los jóvenes gritan “muerte a EEUU” mientras queman nuestras banderas? Quieren acabar con nosotros.

Hay enemigos en cada rincón que nos rodea. Afganistán con los talibanes; Iraq con las armas de destrucción masiva y el apoyo a Al Qaeda (menos mal que quitamos a ese tirano y llevamos la democracia; agradecidos nos tendrían que estar en lugar de lanzarnos bombas); ahora Irán con el arsenal nuclear que está construyendo…

¿Cómo quieren que durmamos tranquilos? El mundo nos odia. Quiere acabar con nuestra nación. Ya lo avisa George Bush, y los militares y la CIA. Cualquiera que pase por nuestro lado puede tener una pistola y pegarme un tiro.

Por eso yo no salgo, ¿para qué exponerme? Me quedo en mi habitación donde además, como dice mamá, estoy protegido del arma más poderosa, que derriba hasta la defensa más sólida del hombre: el sexo. El mayor de los pecados, por el que vas siete veces al infierno; se haya escondido donde menos lo imaginas: en la chica que espera el autobús, en la joven que se sienta junto a mi pupitre en clase, en la sensual mujer que me vende el periódico por las mañanas…

No hay vía de escape. Todo está regado por el peligro y la muerte. No me siento seguro en ninguna parte. Menos mal que el año pasado, por mi cumpleaños, papá me regaló esta pistola y me enseñó a utilizarla en el club de tiro. La mayoría de los vecinos del barrio la tienen. ¿Qué hay de malo en ello? Todo hombre tiene el deber de proteger a su familia. Ni el pecado ni ningún terrorista chiflado van a entrar en esta casa.

Ahora estoy más tranquilo. Con mi CZ 75 D Compact no puede pasarme nada. Necesito darme un paseo y tomar un poco el aire. Pero me llevo la pipa, claro, ni pensar en salir sin ella.

Virginia no es un mal sitio para vivir. Calles bonitas, buenas tiendas, gente en apariencia decente. Lo malo es que no te puedes fiar de nadie, no te puedes fiar de nadie… Ese tío tiene mala pinta. Con esas barbas, y esa chaqueta ancha, podría llevar explosivos, ya vimos lo que pasó en Casablanca el otro día… Tranquilo… Debo mantener la calma, seguro que esta gente huele el miedo como los perros.

Ahí está la Universidad Politécnica. Cuna de la cultura y el pensamiento de nuestra nación. Pero eso no significa que sea impermeable a todos los peligros. Sabemos que los terroristas cazan a muchos seguidores en las universidades… Nadie está a salvo, nadie está a salvo… Ese tío me mira de manera rara. Viene en mi dirección. ¿Qué coño querrá? Se está metiendo la mano en el bolsillo. Tranquilo…no va a pasar nada. Mierda, no sé, tengo miedo, tengo miedo….ah, aquí tengo mi pipa. Joder, qué coño querrá, qué querrá…me cago en la puta…" Virginia (EEUU), 16 de Abril de 2007