Se acercaba el ocaso del Ramazan, mes de ayuno sagrado según el Corán reza, y dos féminas occidentales aterrizábamos cerca del Mar Negro para iniciar nuestra particular aventura sacra: vivir durante un año donde Europa besa a Asia, en un terreno difícil de definir y polémico de concretar llamado Anatolia del Este (para unos, parte del denominado Kurdistán, para otros, simplemente la Turquía oriental). Una particular beca de estudiantes Erasmus nos sumergerían en la Universidad de Gaziantep, perteneciente a la ciudad del mismo nombre y capital industrial de provincia. Hasta aquí llegaba todo lo que estas dos muchachas, estudiantes de periodismo de 21 y 23 años, conocíamos sobre nuestro futuro hogar las semanas previas a la llegada.
Después de dos días de viaje y tras unas primeras horas en la capital cultural y social de Turquía, Estambul, apenas teníamos una certeza: no vale imaginarse nada de antemano, no importa lo que te digan o lo que creas conocer... cualquier idea preconcebida sobre lo que no se ha visto y experimentado en carnes propias va a resultar siempre FALSA. Con esa idea nos despertamos aquella segunda jornada en terreno otomano mientras un sol bizantino, agresivo y rabioso, violaba las débiles cortinas del Cordial Hostal Café, alojamiento que comparte el barrio de Sultanhamet con joyas históricas como la Basílica de Santa Sofía o la Mezquita Azul.
Durante la víspera, día de llegada, nuestras retinas habían plasmado ya elementos de impacto: el caos (palpable perenne como el aire impregnado de especias), la celeridad con que todo transcurre (los coches, las horas, los instantes decisivos…) y el mundo de contraste entremezclado pasaban velozmente ante ojos ávidos que todo lo atrapaban las primeras horas de estancia. Ya de noche, bajo la familiaridad cómoda del raki y una opulenta cena en Taskim (el barrio joven y cool de Estambul), tres horas de conversación con nuestro anfitrión, (un periodista compatriota que vive en la ciudad) permitieron diseccionar las anécdotas, concretar los detalles y concluir así que las ideas adquiridas en las horas previas fueran confirmadas o desechadas.
Hoy, Estambul se expuso igual que ayer. Las mujeres no pasean bajo el sol a la orilla del estrecho del Bósforo, tal y como habíamos imaginado. En su lugar, grupos de hombres, en pandillas de dos o tres, se tumbaban a charlar en el césped, caminaban perezosos por el alquitrán recalentado o se tumbaban en las piedras que enjutan la apertura del Estrecho con el mar de Marmara. También pescan, y mucho, por cierto. Cerca del puente de Karaköy (paralelo al de Atatürk y que forma con éste la pasarela que une el Estambul occidental con el oriental) se recreaba un ambiente festivo, donde los hombres de la Turquía kemeliana, occidentalizada, lanzaban sus cañas con cebo, tomaban algún que otro raki o quemaban sus torsos ya chamuscados, en la tranquilidad que otorga el conocido dominio sobre el terreno. Quizá por eso, y sólo por eso, nos sentíamos Isa y yo con frecuencia objeto de miradas (reprochadoras o lascivas, o quizá ambas al unísono). Porque ese era, en definitiva, franja de hombres, al igual que las mezquitas, al igual que los centros de café incrustados en las esquinas más recónditas de la ciudad.
No es Estambul tierra sólo de hombres, que no quepa aquí esta generalización. Las mujeres tienen, según nos han contado, voz y presencia en esta sociedad (o en el fragmento más occidental de ésta, al menos). “Tienen carácter, son tercas, inteligentes y se hacen oír”, nos dicen conocedores del terreno. Y así se percibe en vastas áreas del devenir diario. Quizá no al atardecer a la orilla del Bósforo, pero sí en la masa humana que abarrota calles y estancias, en los autobuses escolares, de donde descienden muchachas en uniforme (y, éstas, sin velo); en la Universidad… No rezan junto a los hombres en las mezquitas (la Mezquita Azul tiene una zona habilitada en su periferia donde, separadas por una valla, se acomodan las mujeres mientras sus compañeros de oración recitan ante el imam desde el centro del templo, prohibido para cualquier fémina. No obstante, por cierto, me han dicho que ésta es costumbre compartida por otras religiones… tendré que contrastarlo).
Pero sí son partícipes del visceral desarrollo económico, industrial y turístico del oriente occidentalizado. Junto al puente de Karaköy, en el triángulo que forman la calle Kennedy (que bordea el 'Cuerno de Oro' anexo al Marmara) y la de Ankara al unirse, confluyen signos de los tres poderes de la globalización y el desarrollo de mercado: marcas internacionales como Mac´Donnals o Vodafone atestan las fachadas envejecidas, una multitud pugna por cruzar la imposible carretera de cuatro carriles dominado por un tráfico suicida (hombres, mujeres y niñas arriesgan sus vidas por igual para pasar “al otro lado”), Cruceros, pesqueros y buques petroquímicos comparten la circulación del estrecho, y, al fondo, megáfonos de las mezquitas circundantes braman para llamar al nuevo turno de oración.
En Estambul todo es igual de intenso, todo llena el ambiente: los cantos de los imames y los toques de claxon…
5 comentarios:
Bueno!
Saludos!
Pero qué bien escribes, oño!
Un disfrute leerte ;-)
Uy uy uy... qué buena pinta tiene tu erasmus. Cuando contrastes la información cuéntanoslo, me interesa bastante. Ten cuidado, anda. Un besillo. Granada.
Es la primera vez que entro en tu blog, y me ha encantado, porque como tú dices nada es igual a como te lo has imaginado previamente y tú lo describes todo magistralmente sin entrar en tópicos, dándonos una visión muy real de lo que ves y sientes.Ánimo y mucha suerte, espero verte pronto. Un beso. Desde Alcalá, Elena.
Hola,
No esta mal tu relato, pero hay algún error de bulto, que seguro ahora ya debes conocer y te da palo cambiar:
Karaköy, y su puente (de Galata), no unen Occidente y Oriente, pues tanto Karaköy como Eminönü (al otro lado de dicho puente) son Europa.
Creo que te refieres al puente de ORTAKÖY, el primero de los dos grandes puentes colgantes sobre el bósforo, este si, que unen Europa y Asia.
Si quieres pásate por mi blog, El Rincón de Orfeo, que habla de Greci y Turquia, y en especial de Estambul, que he visitado 3 veces, y las que quedan (mi novia es de allí...)...
Görüsürüz!
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