El oasis... (Capadocia, Turquía)

jueves, 25 de septiembre de 2008

El humo, el baile, el pueblo kurdo...


Iyi aksamlar, nasilsiniz?

La habitación se llenaba de humareda (no de Nargile --cachimba-- sino de Wiston al más puro estilo occidental), la música en pm3 tronaba desde el portátil y los vasos de çai iraquí se mantenían temblorosos entre media docena de pies brincando sobre la moqueta al ritmo del rap kurdo que, por supuesto, también sirve para bailar el halay. El tema que sonaba pertenece a 'Serhado', un joven kurdo que edita desde Alemania las canciones que llegan hasta sus compatriotas en el sudeste de Turquía. Ayer, en nuestro apartamento de la cuarta planta de un bloque situado junto a la Universidad de Gaziantep, los golpes hiphoperos de 'Serhado' lo inundaban todo. A su son, cuatro personas entrelazaban sus meñiques y contraían sus troncos en un vaivén continuo, formando el aro giratorio que caracteriza el halay, o danza kurda tradicional. Con pasos indecisos y movimientos descoordinados, yo participaba como una más de un baile que, además de festivo, sirve como elemento de reivindicación de la nación kurda.

Los kurdos constituyen la segunda etnia más importante de Turquía (donde la turca es la predominante y dominante en el Gobierno central de Abdullah Güll y Receep Tayip Erdogan, Presidente y Primer Ministro respectivamente de la República). Aunque están dispersos por todo el país, se concentran principalmente en la parte sudeste y este de la península, en la zona que se extiende hacia la derecha del río Éufrates hasta las fronteras con Siria, Irak, Irán y Armenia. Estos países también están habitados por una nación que se estima alcanza los 37 millones repartidos por todo el mundo.
En Gaziantep, donde yo me encuentro, han inmigrado numerosas personas desde las ciudades más orientales (con Diyarbakir a la cabeza) para estudiar en su universidad o trabajar en las industrias que proliferan por la zona y que han convertido a la ciudad en el motor industrial de la región (enriquecida a costa de su industria textil, exporta su producto estrella, las alfombras, por todo el país y fuera de las fronteras).
Una vez insertos en la economía y cultura local, kurdos y turcos conviven, en algunos casos con mayor facilidad que en otros. En la Universidad, puedo observar cómo profesores turcos intiman perfectamente con alumnos de la otra etnia, con quienes traban amistad e intercambian posiciones, eso sí, sin profundizar demasiado en cuestiones políticos, objeto de eterna controversia (la política irriga todo en Turquía, es un elemento esencial).
Sin embargo, en la historia de kurdos y turcos reside un enfrentamiento eterno, histórico, que se transmite de generación en generación. Para opinar y enseñar sobre este tema se requiere un conocimiento del que aún no dispongo, pero en el que profundizaré poco a poco a través de esta pantalla.
Por el momento, voy tomando nociones de esta fascinante historia a través de los retazos de conversaciones que capto en las reuniones entre amigos en los cafés o en las casas (principalmente en la mía). Y de la música, que es aceptada por todos los oídos...

domingo, 21 de septiembre de 2008

"All remains the same"

A fin de cuentas, todos somos iguales... Esto es lo primero que aprendes con certeza tras pasar una semana en lugar nuevo e ignoto. Quizá por eso, porque has podido apreciarlo, se te hace más fácil la adaptación y el aprendizaje. Te das cuenta un buen día cuando, de repente, cesas la actividad un momento, miras a tu alrededor y observas a tus nuevos amigos (aquellos con quienes no puedes cruzar más de dos frases seguidas porque no tenéis un idioma en común) peleando entre carcajadas (las que se entienden en cualquier lengua) por coger el trozo de chocolate que ha quedado sobre la mesa, maldiciendo ante la idea del próximo madrugón inevitable, o recreándose en la inminente fiesta que ha sido tan esperada.
En Gaziantep, las chicas sueñan como lo hacen las de España. Sufren ante el amor perdido, anhelan el tacto del cuerpo no alcanzado, aunque tal vez no lo reconozcan, aunque sus cinturas queden siempre al abrigo de la prenda. Quizá por eso es posible compartir sentimientos tan profundos aunque no se sepan traducir en palabras. Porque una mirada, un gesto al unísono de la frase que no se puede concluir, lo han dicho todo. Y, tras un tímido "¿Do you understand?", ves en su sonrisa que te ha creído a ciegas cuando le respondiste: "For sure, for sure, I know what you mean".
La comunicación es más que tener códigos comunes. Es tener una finalidad común, la de querer llegar al otro y escucharlo. Darya no habla inglés, Senay lo chapurrea, yo no hablo turco (aún), Isa tampoco... En nuestra Torre de Babel (ubicada en el piso 35, cuarta planta, de un edificio cercano a la Universidad), nos hablamos como podemos y, si no sale, una carcajada y... ¡unut, unut! (¡olvídalo! ¡olvídalo!) No pasa nada, porque al final nunca se olvida...

jueves, 18 de septiembre de 2008

Estamos en Ramadán… y las mujeres no toman el sol junto al Bósforo

Se acercaba el ocaso del Ramazan, mes de ayuno sagrado según el Corán reza, y dos féminas occidentales aterrizábamos cerca del Mar Negro para iniciar nuestra particular aventura sacra: vivir durante un año donde Europa besa a Asia, en un terreno difícil de definir y polémico de concretar llamado Anatolia del Este (para unos, parte del denominado Kurdistán, para otros, simplemente la Turquía oriental). Una particular beca de estudiantes Erasmus nos sumergerían en la Universidad de Gaziantep, perteneciente a la ciudad del mismo nombre y capital industrial de provincia. Hasta aquí llegaba todo lo que estas dos muchachas, estudiantes de periodismo de 21 y 23 años, conocíamos sobre nuestro futuro hogar las semanas previas a la llegada.

Después de dos días de viaje y tras unas primeras horas en la capital cultural y social de Turquía, Estambul, apenas teníamos una certeza: no vale imaginarse nada de antemano, no importa lo que te digan o lo que creas conocer... cualquier idea preconcebida sobre lo que no se ha visto y experimentado en carnes propias va a resultar siempre FALSA. Con esa idea nos despertamos aquella segunda jornada en terreno otomano mientras un sol bizantino, agresivo y rabioso, violaba las débiles cortinas del Cordial Hostal Café, alojamiento que comparte el barrio de Sultanhamet con joyas históricas como la Basílica de Santa Sofía o la Mezquita Azul.

Durante la víspera, día de llegada, nuestras retinas habían plasmado ya elementos de impacto: el caos (palpable perenne como el aire impregnado de especias), la celeridad con que todo transcurre (los coches, las horas, los instantes decisivos…) y el mundo de contraste entremezclado pasaban velozmente ante ojos ávidos que todo lo atrapaban las primeras horas de estancia. Ya de noche, bajo la familiaridad cómoda del raki y una opulenta cena en Taskim (el barrio joven y cool de Estambul), tres horas de conversación con nuestro anfitrión, (un periodista compatriota que vive en la ciudad) permitieron diseccionar las anécdotas, concretar los detalles y concluir así que las ideas adquiridas en las horas previas fueran confirmadas o desechadas.

Hoy, Estambul se expuso igual que ayer. Las mujeres no pasean bajo el sol a la orilla del estrecho del Bósforo, tal y como habíamos imaginado. En su lugar, grupos de hombres, en pandillas de dos o tres, se tumbaban a charlar en el césped, caminaban perezosos por el alquitrán recalentado o se tumbaban en las piedras que enjutan la apertura del Estrecho con el mar de Marmara. También pescan, y mucho, por cierto. Cerca del puente de Karaköy (paralelo al de Atatürk y que forma con éste la pasarela que une el Estambul occidental con el oriental) se recreaba un ambiente festivo, donde los hombres de la Turquía kemeliana, occidentalizada, lanzaban sus cañas con cebo, tomaban algún que otro raki o quemaban sus torsos ya chamuscados, en la tranquilidad que otorga el conocido dominio sobre el terreno. Quizá por eso, y sólo por eso, nos sentíamos Isa y yo con frecuencia objeto de miradas (reprochadoras o lascivas, o quizá ambas al unísono). Porque ese era, en definitiva, franja de hombres, al igual que las mezquitas, al igual que los centros de café incrustados en las esquinas más recónditas de la ciudad.

No es Estambul tierra sólo de hombres, que no quepa aquí esta generalización. Las mujeres tienen, según nos han contado, voz y presencia en esta sociedad (o en el fragmento más occidental de ésta, al menos). “Tienen carácter, son tercas, inteligentes y se hacen oír”, nos dicen conocedores del terreno. Y así se percibe en vastas áreas del devenir diario. Quizá no al atardecer a la orilla del Bósforo, pero sí en la masa humana que abarrota calles y estancias, en los autobuses escolares, de donde descienden muchachas en uniforme (y, éstas, sin velo); en la Universidad… No rezan junto a los hombres en las mezquitas (la Mezquita Azul tiene una zona habilitada en su periferia donde, separadas por una valla, se acomodan las mujeres mientras sus compañeros de oración recitan ante el imam desde el centro del templo, prohibido para cualquier fémina. No obstante, por cierto, me han dicho que ésta es costumbre compartida por otras religiones… tendré que contrastarlo).

Pero sí son partícipes del visceral desarrollo económico, industrial y turístico del oriente occidentalizado. Junto al puente de Karaköy, en el triángulo que forman la calle Kennedy (que bordea el 'Cuerno de Oro' anexo al Marmara) y la de Ankara al unirse, confluyen signos de los tres poderes de la globalización y el desarrollo de mercado: marcas internacionales como Mac´Donnals o Vodafone atestan las fachadas envejecidas, una multitud pugna por cruzar la imposible carretera de cuatro carriles dominado por un tráfico suicida (hombres, mujeres y niñas arriesgan sus vidas por igual para pasar “al otro lado”), Cruceros, pesqueros y buques petroquímicos comparten la circulación del estrecho, y, al fondo, megáfonos de las mezquitas circundantes braman para llamar al nuevo turno de oración.

En Estambul todo es igual de intenso, todo llena el ambiente: los cantos de los imames y los toques de claxon…