Se despertó una mañana no sabía muy bien donde. Aún con los ojos cerrados se le incrustó el olor a tabaco rancio que inundaba la habitación. Se incorporó, muy despacio, martilleado en la sien por el aroma a tekila y ron blanco de los chupitos de la noche anterior. El estómago amenazaba con recordarle los sabores ingeridos y así estaba cuando miró a su lado, con la siempre indescriptible intuición de sensaciones acumuladas y de tanto en tanto emborronadas.
Familiar y a la vez desconocida le resultaba aquella que yacía a su lado en la cama. Podía identificar pedazos de imágenes, fragmentos de cuerpo medio escondidos en la oscuridad de la noche y el acohol, e intuía los gemidos y susurros disfrazados por el estruendo de la radio. Habían optado por no encender la luz.
Ahora, al verla así, de cuerpo entero, sin excusas expuesto bajo la richiante claridad del sol, se le hacía extraño.
Se vistió en silencio y se marchó sin despedirse, llegaba tarde al trabajo.
La semana anterior se había prometido no volver a pasar sin vivir. Se había jurado no esconderse tras los cuarenta y dos amigos del wisky con cola, ni desenfocarse tras la humareda del Chesterfield en aquellos bares de cubatas sin sabor y mujeres sin nombre. Cada viernes se lo había prometido: "Este fin de semana, saborearé los olores, compartiré los sabores y follaré sin perderme". Intentó recordar, al menos, el tacto de la piel de aquel último sexo, el sabor de su piel, el color, al menos, de su pelo........ Nada. Apenas recordaba cómo se había sentido él mismo o siquiera si había sentido.
Encendió otro Chester mientras se ajustaba las gafas de sol. Lo había decidido. Vivir estaba pasado de moda.
Familiar y a la vez desconocida le resultaba aquella que yacía a su lado en la cama. Podía identificar pedazos de imágenes, fragmentos de cuerpo medio escondidos en la oscuridad de la noche y el acohol, e intuía los gemidos y susurros disfrazados por el estruendo de la radio. Habían optado por no encender la luz.
Ahora, al verla así, de cuerpo entero, sin excusas expuesto bajo la richiante claridad del sol, se le hacía extraño.
Se vistió en silencio y se marchó sin despedirse, llegaba tarde al trabajo.
La semana anterior se había prometido no volver a pasar sin vivir. Se había jurado no esconderse tras los cuarenta y dos amigos del wisky con cola, ni desenfocarse tras la humareda del Chesterfield en aquellos bares de cubatas sin sabor y mujeres sin nombre. Cada viernes se lo había prometido: "Este fin de semana, saborearé los olores, compartiré los sabores y follaré sin perderme". Intentó recordar, al menos, el tacto de la piel de aquel último sexo, el sabor de su piel, el color, al menos, de su pelo........ Nada. Apenas recordaba cómo se había sentido él mismo o siquiera si había sentido.
Encendió otro Chester mientras se ajustaba las gafas de sol. Lo había decidido. Vivir estaba pasado de moda.