El ser humano necesita crear palabras diferentes para referirse al mundo, porque clasificamos, porque jugamos con el lenguaje, porque de él nos valemos para expresar lo que deseamos y lo que descartamos.
Sin embargo, ocurre a veces que con distintos términos estamos hablando de la misma idea, y en eso reside la magia de la comunicación: en eliminar, de entre las frases y los discursos, el caparazón de las letras y llegar hasta la esencia de los sentimientos.
Como cuando decimos "lucha", "utopía" o "Amor". En realidad, todo parte de lo mismo: la entrega sincera, honesta e incondicional a un sentido, a un fin, que aporta contenido a nuestras vidas.
Galeano y Hernández, por mencionar algunos que aquí se han tocado, ya lo han dicho...
"La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar".
Eduardo Galeano, Pensamientos. Recogidos en http://www.literato.es/poemas_de_eduardo_galeano/.
Miguel Hernández. Canción del esposo soldado.
He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,y
ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.
Hernández falleció de tuberculosis, el 38 de marzo de 1942, con 31 años en una prisión de Alicante. Se alistó en el bando Republicano, fue a su Orihuela natal en plena guerra para casarse y tuvo dos hijos, uno de los cuales falleció a los pocos meses de nacer y otro que nació cuando ya estaba preso en una cárcel franquista.