"Use your bag, save your money", me decía la dependienta de unos grandes almacenes al entregarme los pantalones con un guiño cómplice y cálido. Y ha sido lo más lógico que he escuchado desde que he llegado al corazón de occidente. Segundos antes enrollaba el pantalón de chándal (liando la prenda como si de un cigarro se tratara), y me preguntaba si deseaba guardarlo en mi bolso o comprar una de plástico de la tienda. "¿No son gratis?",yo todavía ingenua a estas alturas, vaya tela. "No, cuestan cuatro céntimos". "Pues no es caro, compraré la bo..." Y el guiño, en el momento justo: "Use your bag, girl, save your money". No pude resistirme a esa sonrisa, ni a ese mazazo de la lógica. Así me he venido, tan feliz con mi pantalón de chándal enrollado dentro del bolso. ¡Vaya golpe al sistema!
"Money is money, and bussiness is bussiness!"... Dos calles más arriba, el Director General de una compañía mediana soltaba esta otra lógica aplastante mientras descerrajaba una carcajada ante la hilarante idea de reducir sus precios. Con crisis o sin ella, la maquinaria debe seguir empujando, y quien no pueda seguir el ritmo, que se baje del carro, que ya vendrán otros a ocupar su asiento.
Esta lógica empresarial, no limitada a Reino Unido (que, por ser desde donde una escribe, sirve para ilustrar anécdotas), está cumpliendo su papel. Pese a la caída económica global, el huracán del desempleo, las “banca rota” (que no ‘bancas’, pues éstas siguen bien enteras gracias al pegamento social), y pese el drama humano vigente, el nivel de consumo ha resurgido tras un breve descanso cual Zenit más que poderoso.
En Londres, las calles siguen llenas, mañana, tarde y noche, de lunes a domingo. Siguen abarrotados los teatros, bares, restaurantes, cines (a precios desorbitados) y nadie duda en tomarse una pinta aunque cueste una buena porción de su sueldo. Los supermercados están repletos de 'take home', comidas precocinadas que emulan manjares caseros y que puedes comprar rápido y comer rápido para volver prontito a la cesta de la compra.
Conscientes de que ritmo veloz equivale a consumo veloz, supermercados y centros especializados de venta adoptan la tendencia de cambiar atención personalizada (que implica necesariamente "personas") por la compra on-line o, en su defecto, por catálogo desde el propio establecimiento. Así funciona una famosa tienda británica de productos electrónicos (y otras variedades): entras, estudias el catálogo, anotas el número, lo entregas en caja y te dan un ticket con el que recoges tu adquisición en taquilla. En total, dos empleados y menos de cinco minutos de trabajo. ¿Para qué queremos más?
Londres es, como el segmento cultural que representa, un cúmulo de contradicciones. Jóvenes de varias generaciones, estatus y orígenes participan con jolgorio en el trepidante rodaje del consumo. Al mismo tiempo, los cines proyectan aún el último film del americano rebelde Michael Moore: “Capitalism, a love story” y debuta en la gran pantalla la nueva estrella del graffiti mundial oriundo de Inglaterra, Banksy. Su película animada se llama, acertadamente, “Exit, through the gift shop”, (“La salida, por la tienda de regalos”). Las pinturas de este artista urbano, que ha dejado de ser marginal, (sine qua non de la expresión underground) rezuman el hedor del desencanto, la decepción, el hastío, con que una gran parte de la población británica (y global) se identifica.
¿Cómo se combinan ambas caras para desembocar en lo que hoy somos? ¿Estamos en una incipiente lucha de clases? Por si acaso, creo que MacDonals ha sacado otro 2x1. Por si las moscas…
*Foto de Banksy. El cartel con el que juegan los niños dice "Prohibido juego de pelotas", un letrero que ya es parte del paisaje de patios, calles y plazas.