El oasis... (Capadocia, Turquía)

martes, 27 de mayo de 2008

Fuerzas de paz de la ONU acusadas de violar a niños refugiados

Un informe al que ha tenido acceso la cadena BBC acusa a soldados de las Fuerzas de Seguridad de la ONU de abusar sexualmente (más llanamente, de violar) a niños, de entre seis y trece años, que quedan bajo su protección en zonas de conflicto, como Ivory Coast, Haití o Sudán.

(periodista de la BBC entrevistando a niña víctima de violación)

La acusación, dice el artículo, parte de las conclusiones de una "prestigiosa organización no gubernamental británica", después de investigar en las zonas mencionadas y recoger testimonios de víctimas de violaciones que, según alertan, se ven condenados a guardar silencio debido al miedo que les infunden sus raptores.

Aunque la cadena británica no explicita quién es esa "prestigiosa" organización de caridad, hace alusión a la ONG Save the Children, que también advierte de que "las organizaciones internacionales y humanitarias deben saber que son vulnerables a este problema".

La BBC recoge el testimonio de una niña de trece años que describe cómo diez soldados de la ONU armados la violaron. "Intenté escapar --relata la niña-- pero eran diez y no pude hacer nada".

La ONU reacciona asegurando que "estudiará" el informe y se defiende arguyendo que es "imposible asegurar 'cero incidentes' en una organización que cuenta con más de 200.000 personas operando alrededor del mundo", según declaró el portavoz Nick Birnback.

Hasta el momento, ningún medio de comunicación español se ha hecho eco de la noticia (por eso quizá aparece ahora en esta página).

No hace falta retórica para describir este hecho, hoy me limito al estilo de agencia, que para algo tenía que servir.

Artículo de la BBC

sábado, 24 de mayo de 2008

Tras dos meses en blanco...


Después de dos meses en blanco, Sofía escuchó a un amigo íntimo decir: "Me pongo frente al espejo y pregunto 'quién es ese que está ahí sentado'".

Pues sí, lleva más de sesenta días sin escribir, pero hay que comprenderla. Ha estado perdida, tan alejada incluso del espejo que apenas acertaba a ver el reflejo que creía podía pertenecerle. Como los animales que se piensan perseguidos por su propia sombra, a veces ella temía e intentaba escapar de su
afilada proyección. Sólo de noche, amparada por una oscuridad global que difumina los matices y envuelve a todos bajo el mismo abrigo, se sentía más segura. No tranquila, pero sí segura, extraviada (que no perdida) entre la confusión de las luces artificiales de discotecas y hogares nocturnos que asesinan a las sombran y libran a sus dueños de su incómoda presencia: sin tener que rendir cuentas a su imagen en el asfalto, con la ficticia ilusión de no estar, se creía por momentos impune de todos sus actos, en tregua.

Por supuesto que aquella huida constante era una
cobardía pero ¿quién de nosotros no lo ha sido alguna vez? Todos hemos sucumbido a la necesidad de sentirnos siquiera por un instante "eternamente disculpados", como el imberbe por primera vez etilizado que se repite "estoy en un sueño y, haga lo que haga, hoy no me va a pasar nada".

Es cierto que había perdido en ocasiones el punto de referencia, la ínfima línea que separa lo moral de lo
inmoral, quedándose varada en el limbo exculpatorio de lo amoral. "¿Qué es lo 'amoral'?" Se reprochaba en ocasiones. "Todo lo que no es moral es su contrario; no hay vacíos legales en el comportamiento humano, aunque sí haya trampas en nuestras reglas". Y así, con ese remordimiento ronroneante acompañaba el latido de su cabeza y su estómago en las mañanas de resaca, cuando tenía, desgraciadamente, tiempo para pensar.

Resulta cuanto menos comprensible, pues, que entre huidas y extravíos, noches confundidas en
continuum transcurrir, limbos legales y disertaciones de convalecencias pos-delirantes, Sofía haya descuidado por completo sus obligaciones literarias, su responsabilidad narrativa hacía si misma y hacia algunos pocos más.

Habrá que disculparla, pues con todos lo han hecho alguna vez, pero ella misma se prometió, aquella tarde en que su amigo le confesó no reconocerse, que no volvería a escapar de su sombra, por muy cojonera que en algunos momentos pudiera llegar a resultar.

Y, con su primer escrito, quiso hacer un pequeño homenaje a todos aquellos
fantasmas que huyen de sus reflejos...

Simon and Garfunkel: Homeward Bound en concierto en Central Park. Cuando todos los paisajes se te antojan iguales....

jueves, 13 de marzo de 2008

Un cadáver cerca de casa

Sofía se había dado cuenta; de repente lo vio reflejado como en un espejo más límpido que aquel donde creía verse cada mañana: había perdido la perspectiva del viajero.

La ilusión de casi neonato con que el extranjero observa el suelo que pisa, las paredes que le rodean, las farolas, el paso que viola la calzada para alcanzar el otro lado, las entradas y salidas de los edificios.... la calle. Todo aquello que al volver de su viaje, con la mirada aún pendiente del lugar de donde venía, le parecía maravilloso, extraño, alucinante...ahora se había sumido de nuevo en la monotonía.

Había dejado de escribir. Aporreaba signos lingüísticos, letras garabateadas, en el papel (o en la pantalla) y les creía encontrar significado cuando no eran más que etiquetas vacías. Cuántas veces se había prometido no hacer caso de las etiquetas... Y, al fin y al cabo, se había hecho presa de ellas. "Tienes que buscar un trabajo." "Estás inactiva, desperdicias tu capacidad y tu tiempo" "Tic-tac, Swatch no perdona, cada segundo vale en céntimos de brent".

De un tiempo acá lo estaba viendo venir. Un murmullo repiqueteaba en su interior y le advertía: puede que éste sea el camino de otro, pero tú, simplemente, no estás a gusto. Ha pasado tanto tiempo desde que volviste que has olvidado que existe otro mundo y te has perdido entre las aguas de éste.

Hoy ocurrió algo que, quizá, le devolvió la capacidad de asombrarse:

Caminaba protegida por el crepitar rítmico del Rap que golpeaban sus cascos. Una dura jornada; más que dura, monótona. Las calles pasaban alrededor de ella al igual que los coches y los viandantes, que la traspasaban como buen conciudadano: sin rozar y sin molestar, "qué menos". Estaba bien cerca de su casa. A un lado, los escaparates del Colegio de Enfermeros en cuya entrada absorbían varios cigarros cuatro empleados con ademán de querer llegar a casa. Le seguía la entrada del Café de Indias, provista aquella tarde de una exquisita clientela (estamos en Nervión, faltaba más, barrio de aquel marqués y cuna tanto de médicos ilustres como de periodistas conformadores de la mejor generación de nuevos ricos-loquequieraser-será)
Sorteaba Sofía esta regia clientela y la pasarela del India´s Coffee cuando estuvo a punto de caer de bruces contra el pavimento al tropezar con los pies de un hombre que yacía en la entrada anexa al lujoso cafetal.

Podría estar muerto... o no. No sabría decirlo, puesto que su cuerpo no profería movimiento alguno que indicase respiración. Lo primero en lo que reparó fue el hilo de sebo blanquecino que caía de su boca y resbalaba por el lado derecho de su mejilla. El pálido inerte de los labios le llevó a reparar en un aún más transparente, más bien azulado, rostro, el que su cabeza mantenía ladeado hacia el vértice derecho de su hombro.

Los ojos estaban completamente cerrados, la boca entreabierta y después de un momento percibió que aquel apéndice que resbalaba de la comisura de su boca no era sebo ni saliva sino algo parecido a helado de nata o crema de repostería. Lo intuyó porque sostenía, entre sus manos, una tarrina de plástico transparente que apoyaba, por inercia, entre sus rodillas flexionadas y huesudas. Todo ello se mantenía en un milagroso equilibrio que parecía conjurado para lograr sostener en el aire la cucharilla de café que sus dedos, en una especie de rigor mortis, sostenían con testaruda tenacidad.

No pudo evitarlo y eso le devolvió a la vida: le cabreó enormemente ver cómo ni una sola de las mesas que compartían aquella jodidamente estrecha acera se volvía a prestar un mínimo de atención al hombre que podría estar muerto. Las señoras, cubiertas con extravagantes abrigos de piel en una calurosa tarde de 28 grados-primavera, engullían sus respectivos pasteles de helado de nata o nata de repostería. Sostenían sus correspondientes cucharillas y se limpiaban el sebo blanquecino o hilillo de nata de las comisuras, con gesto disimulado y sin perder la sonrisa de escaparate que ante sus amigas del AMPA habrían de mantener.

Por un instante, sólo por un instante, Sofía también pasó de largo. Volvió. No por saberse mejor que aquellas mujeres de nata y repostería, sino por la vagueza de no tener que sentirse miserable un rato más; por pura vagueza.

Deshizo tres de sus últimos pasos. Se acercó al hombre que yacía. Puso las yemas de los dedos bajo su nariz para sentir el vaho caliente de su inhalar y exhalar. Comprobó que respiraba. Además, su pecho se hinchó y desinfló un par de veces, como si quisiese demostrarle que estaba vivo. Por un momento, sintió complicidad, y se sintió más cerca de aquel desubicado de lo que se había sentido de otra persona en toda la tarde.

Sólo quería comprobar que estaba vivo, para no tener que declarar un cadáver cerca de su casa. Más tranquila, siguió su camino.

martes, 12 de febrero de 2008

Introducción al Diálogo: cuando ellos se han mirado (I)

"Todos echamos pestes acerca del tan mentado Calentamiento Global, pero ¿quién no disfruta de un cálido rayo de sol sobre el rostro regalado una mañana de febrero?"

El eco de esta última palabra resonaba, anacrónica, en la mente adormecida de Sofía mientras olía el aire casi efervescente del parque donde se había sentado a "vaguear" (hacía tanto que no me paraba a "perder" el tiempo...) Venía de unas jornadas sobre "Diálogo Intercultural" y no sentía ganas de encerrarse de nuevo bajo el techo gris de su casa. Aún le costaba acostumbrar a su cuerpo a la falta de aire libre (pegajoso y caliente hasta el extremo, sí, pero libre a fin de cuentas) y de vez en cuando tenía que darle caprichos de este tipo.

Echada sobre un banco alejado de la zona de juegos infantiles (el "alegre y agradable gorgoteo" de los niños resultaba, a su parecer, mucho más agradable cuando provenía de una distancia mínima de cien metros) había adoptado la postura que en África denominaban "recibir el placer": las piernas un poco abiertas, flexionadas y conductoras del peso de todo el cuerpo hacia las plantas de los piés; las manos libres, descargadas sobre el asiento; la cabeza relajada sobre el respaldo y el cabello apartado para dejar expuesto por completo el rostro, que recibe lo que llega. Para "colaborar" en la eficacia de la tarea, Sofía se desabrochó el botón del vaquero (fuera presiones) y desplazó levemente la tira de la cintura hacia abajo, para regalar a unos centímetros más de su piel el efecto de esta sesión de Rayos Uva gratuita e improvisada.

Poco a poco empezó a notarse anestesiada. El estado, en el limbo entre el sueño y la vigilia, era mucho más agradable que cualquiera de estos dos, puesto que manteía el grado de consciencia necesario para percibir y disfrutar de la sensación de hipnosis que acompaña el sueño. Las ideas fueron abandonándola poco a poco y aterrizaban ya los primeros delirios, pseudo pensamientos sin lógica ni hilo conector que aparecen de manera incontrolada cuando nos rendimos a hibernar, indicando que todo va bien.

Después de las Jornadas de Cultura, si no puedo subirme en el tobogán... me compraré los vaqueros... porque, claro, no pudimos estrenar la película ayer...

No disfrutamos más de la incoherencia que cuando aparece en el momento oportuno: al perder, de manera controlada, el control sobre nuestro propio organismo y dejarlo campar a sus anchas.

En ello estaba, su cuerpo campando libremente por unos lares, su mente retozando en otros, cuando una voz vino, como un hacha, a segar la armonía onírica.

-¡Yo no tengo nada más que decir! Ya sabéis mi postura, no voy a moverme ni un ápice porque eso es lo que he hecho toda mi vida y ¿quién me lo ha agradecido? Nadie.

La voz tenía ojos y boca, y un rostro muy bonito aunque deformado por los gritos que sus labios estaban profiriendo. Era un chico joven. El cuerpo, fibroso, proporcionado, imponente, gritaba tener unos veinti pocos años (más o menos, como Sofía) La cara, expresiva, fuerte, viril, mascullaba una cercanía a los treinta. Las palabras que salían de su garganta, las frases hirientes que escupía y la amargura pesada que se traducía de su tono de voz, clamaban haber traspasado toda una vida.
Otro que no quiere hablar - pensó Sofía mientras seguía con la mirada (poco disimulada, pero ella sabía que las leonas de la Sabana tampoco lo eran con sus presas) el vaivén de izquierda a derecha y vuelta a empezar, de la nerviosa pieza. Él, en medio de su turbación, alcanzó a percatarse de la presencia intrusiva, impertinente, de Sofía. La actitud repectiva de ésta y su aparente predisposición a la escucha le indujeron, no obstante, a mantenerse en el área de contacto, y un par de veces más intercambiaron los dos miradas, mientras el joven seguía firme en su posición de no volver a transegir... Ella se mantuvo a la espera.

domingo, 3 de febrero de 2008

La grandeza del Poeta del Silencio


De esas personas que demuestran que no hace falta andarse con grandezas para ser verdaderamente grande.

Últimamente, me pasa demasiado: descubro a seres increíbles cuando ya se han marchado...

El 12 de enero se fue Ángel González. Como regalo a aquellos que lo descubrimos demasiado tarde, ha dejado algunos poemas a modo de carta de presentación póstuma.

El País publica hoy tres de ellos. En abril serán editados en un libro cuyo título es metáfora de la humilde grandeza del "poeta discreto": Nada Grave.

Los tres son maravillosos. Éste que reproduzco encandila. Nos dice: "lo sencillo es sublime" (y viceversa)

NUNCA

¿Hemos de sacrificar a la doncella
en el altar de un dios que reclama su sangre
para confirmar su poder sobre nosotros,
y comprobar que su grandeza
no sufre menoscabo con el paso del tiempo?

Rómpase la grandeza del dios en mil pedazos,
que la lepra corroa la púrpura que cubre
su soberbia figura,
y que su eternidad se reduzca a ceniza.
Y prevalezca la sencilla gracia
de la doncella viva, fugaz, irrepetible,
su sonrisa tan clara,
su alegría
que ella no sabe efímera, y por tanto
es en su ser presente inmortal un instante.

Ángel González.