El oasis... (Capadocia, Turquía)

martes, 20 de marzo de 2007

Un Auswitch en cada conflicto


Dachau es un Auswitch menos conocido para la gente común. Constituye también uno de los lugares de la vergüenza donde el nazismo cometió sus mayores atrocidades. Una sola frase sirve para plasmar lo indescriptible; una sóla escena: "Detrás de la alambrada de espino y de la valla eléctrica, los esqueletos estaban sentados al sol y se registraban en busca de ladillas".
Así introduce Martha Gellhorn en su reportaje,llamado simplemente "Dachau", el horror al que tuvo acceso cuando visitó el campo de concentración recién liberado por soldados norteamericanos. En su recorrido por aquella experiencia, la periodista invita al lector a conocer:
Personas usadas como cobayas a las que literalmente asfixiaban (para comprobar cuánto aguantaría un aviador sin oxígeno); eran sumergidas en agua a dieciocho grados bajo cero hasta la muerte (para averiguar cuánto resistiría un piloto derribado sobre el mar); o castraban (no se sabe bien para qué). La llegada incesante de camiones cuyos pasajeros, hombres, mujeres y niños, permanecían encerrados "donde habían muerto lentamente de hambre, sed y asfixia."
Acompañar a la autora por esos recuerdos significa perder por un monento la noción espacial y visualizar con demasiada claridad cada detalle del escenario y sus habitantes, esas personas "sin ninguna expresión en un rostro que no es más que piel amarillenta y gruesa".
Finalmente, comprendes un poco mejor la frase que concluye el reportaje:
"Dachau me parecía el lugar más adecuado de Europa para oir el anuncio de la victoria. Porque sin duda esta guerra se ha librado para eliminar Dachau y todos los lugares como Dachau, y todo lo que Dachau representaba, y para eliminarlo para siempre".

Los "Dachaus" no sólo no se han eliminado de la faz de la Tierra sino que se han multiplicado. Éste es el pensamiento que te asalta cuando levantas la vista del texto de Gellhorn. Guantánamo, Irak, Darfur, Sierra Leona, Abu Grhaib, Ruanda... Cada uno con distintos motivos, de distinto alcance, con diferentes ejecutores, víctimas y escenarios, pero todos rebosantes de esa misma inhumanidad y ese desprecio por la vida humana.

Los soldados que salvaron a los prisioneros de Dachau y los que "custodian" a los de Guatánamo pertencen y veneran a una misma patria. Pero unos eran héroes ante los ojos de quienes ocupaban las celdas y los otros, sus verdugos.
Lo que quiero transmitir con esta paradoja es la incoherencia entre los valores que se preconizaban ante la batalla de la Segunda Guerra Mundial (acabar con todos los "Dachaus") y la situación actual, plagada de conflictos (en todos de los cuales no se hallan envueltos norteamericanos, cuidado) que bien pueden recrear aquellos campos de concentración.

Las historias de Auswitch, Dachau y otras similares nos conmocionan y remueven nuestras conciencias, ¿por qué no las otras? Acaso la vida de unos valen más que las de otros...
(Imagen extraída de:www.dachau.8k.com)

lunes, 12 de marzo de 2007

Otro periodista secuestrado


No acabo de entender, o me resisto a hacerlo, por qué aquellos que luchan contra la invasión de su país por parte del "enemigo" consideran invasores también a los periodistas que van a cubrir los hechos. Prácticamente cada semana sale alguna noticia de otro periodista secuestrado por algún grupo insurgente o paramilitar. Es esa nueva moda, instaurada en los países en conflicto, que se ha convertido en el mayor peligro para estos profesionales, superior incluso al de las balas perdidas (o dirigidas) o al de las bombas que les alcanzan por estar donde tienen que estar: en el meollo de la cuestión.

La visión del corresponsal de guerra es siempre subjetiva, eso nadie puede negarlo. Y está claro que, en muchas ocasiones, este punto de vista que transmitirá después al resto del mundo puede ir contra los intereses de alguno de los grupos guerrilleros, terroristas y demás subtipos que campan en las zonas de gran inestabilidad.

La crónica del reportero es un arma tan eficaz como los morteros o los obuses y su impacto, siendo menos mortífero, tiene una fuerza nada despreciable. Por eso son un objetivo codiciado en Irak, Afganistán y ahora parece que en Gaza. Su influencia sobre la opinión pública les convierte además en instrumentos de presión usados por sus raptores para coercionar a los Gobiernos de sus respectivos países.

¡El periodista es un instrumento, sí! Pero un instrumento para la comunicación, un potente vehículo que puede conducir las voces de aquellos que dicen "luchar por una causa legítima" hacia la opinión pública y los Gobiernos de los más poderosos Estados.

Los reporteros de guerra (de la guerra clásica o de la nueva modalidad, tipo Irak) son imprescindibles para transimitir una información, lo más fiel posible, de lo que está ocurriendo en zonas donde el secretismo y las tergiversaciones de la verdad incrementan el caos intrínseco a cada conflicto.

Ahuyentarlos del campo de batalla sólo contribuye a empeorar las cosas.

viernes, 9 de marzo de 2007

Sexo y ropa en la misma avenida

Una de las cosas que me enamoró de Madrid cuando llegué a principios de Octubre fue la Gran Vía. Sus exageradas proporciones, la altura de los edificios que se ierguen como monstruos a ambos lados de la carretera, me introdujeron en el gigantismo que caracteriza la ciudad y que muchos encuentran claustrofóbico pero que a mí me apasiona.
Me rodeo de un aura pueblerina, tipo Martínez Soria, cada vez que destaco ante mis compañeros este asombro, pero no me importa en absoluto. No vengo de ninguna aldea (y aunque lo hiciera, sería lo mismo) sino de una preciosa ciudad de tamaño medio que no tiene rascacielos ni avenidas de vértigo (lo de los rascacielos parece que va a ser "solucionado" por nuestro alcalde lumbreras, que, como dice mi recién descubierto profesor Calleja, "está en el mundo porque tiene que haber de todo"...)
De sus palabras (las de José Martía Calleja, no las de Monteseirín) también salió el otro día una bonita reflexión, que viene muy al cuento con la pantomima que tenemos por actualidad política en estos momentos y con la Gran Vía.
Los periodistas deberían sacar a la agenda mediática temas que interesaran de verdad a las personas. Y "de verdad interesa" no engloba la rabieta pueril que se han pillado Gobierno y oposición y que nos tiene hasta las narices a los ciudadanos, sino temas que realmente nos toca, nos afecta, sea de primera mano o de manera indirecta.
Por ejemplo, un tema que supone la cara triste y desesperanzadora de mi admirada avenida: la prostitución que se desarrolla mañana, tarde y noche, ante los ojos de miles de personas que pasan cada día indiferentes y, lo que es peor aún, ante la indiferencia de los también numerosos policías que transitan por la zona.
No juzgo la moralidad la prostitución ni, por supuesto, la de las prostitutas. Lo que siento cada vez que paso por la avenida o por Montera (o por las callejuelas que la circundan) es pena, una inmensa pena porque no puedo evitar ponerme en la piel de estas mujeres, casi niñas en muchos casos, que posan aglomeradas (porque de verdad están aglomeradas) y giran con pretendida provocación sus tristes y a veces maltratados rostros hacia los hombres y muchachos que pasan por su lado.
No soy la única que lamenta esto. Todo el que viene de fuera observa con enorme extrañeza esa paradoja: mujeres con la cartera a rebosar dejan su sueldo en el lujo y el derroche en la misma acera donde una juventud multirracial es a su vez el producto que otros compran. Y no muy lejos, en actitud de constante amenaza, el chulo o el mafioso vigila que su mercancía no huya en desbandada.
Y la policía... atareada en trabajos de vital importancia como poner multas o perseguir a los que montan el top manta.
El drama de la prostitución, para mí, va unido a las mafias. Cada mujer es libre de disponer de su cuerpo como le plazca, pero dudo mucho que las rumanas, africanas y demás chicas que son prostituidas en Gran Vía lo hagan "con libertad".