Mientras se comía a lametones un helado de nata y nueces (lo sorbía como si fuera el primero y el último, recorriendo con la lengua la galleta y recogiendo las gotas distraídas que prendían del cono humedecido y endeble) Sofía recordaba cómo la gente en África vivía de veras hacia el exterior. Cocinaban, lavaban, reían y conversaban (más bien gritaban) en la calle, compartiendo espacio, calor, sudor y olores.
"Eso sí que era convivir", pensaba al tiempo que dirigía dos ojos como platos hacia la niña que, a su lado, reía por lo bajini mientras tiraba de la manga de su padre con una mano y señalaba hacia ella con la otra. Sofía limpió con la suya el churrete de nata que se le derramaba por la boca. "Ni guarrearme tranquila puedo" y de un rabioso mordisco engulló el resto de barquillo que había sobrevivido a la batalla. "El bullicio puebla las calles por igual. En estas, incluso hay más ruido. Pero aquí, aunque la persona se deje ver en compañía, parece como si cada una estuviera metida en su mundo privado, donde el otro nunca llega a acceder del todo."
Y, ciertamente, si uno levanta por un segundo la vista de sus propios pies (ya conocemos el sencillo manejo del caminar; nos sabemos capaces de hacerlo sin mantener la vista en ello) podrá observar a su alrededor multitud de cabezas sumergidas en sus respectivos andares.
"Hablamos, reímos e incluso aguantamos los alardes de inspiración poética de los andamios que coronan el asfalto. Ahora, salte de los límites de lo 'normal' y en seguida una mirada acusatoria te recordará cuál es tu sitio", y se acordó de la impertinente niña y del exquisito helado de nata con nueces.
Un sonido familiar la sacó de sus pensamientos. Alzando la vista descubrió, a pocos metros suya, dos hombres de apariencia africana sumergidos en una estruendosa aura de risas, gritos y palmadas mutuas en la espalda. Según contó Kapuscinski en su libro "Ébano", los africanos se saludan inexcusablemente siguiendo esta especie de rito: un fuerte apretón de manos se prolonga mientras los recién encontrados se preguntan, a voz de grito, sobre sus respectivas familias (las familias en África son muy numerosas)
"La costumbre - dice el periodista - obliga a sellar cada respuesta positiva con sucesivas cascadas de risa fuerte y espontánea, que, a su vez, deben provocar otras cascadas, todavía más sonoras y homéricas, en la persona que pregunta [...] Cuando la risa se desvanece, eso quiere decir que el acto de saludarse ha concluido, y entonces ya se puede pasar al meollo de la cuestión".
Y el meollo de la cuestión puede ser tan serio como el que atañía a los dos amigos. En medio de un inglés afilado y abrupto, Sofía pudo cazar algunas palabras que le indicaron que aquellos hombres hablaban sobre la crisis que padecía su país: Kenya.
- Ya van casi setecientos muertos- oyó que decía con tono agrio uno de ellos - Y mientras Odinga no dé otras órdenes, los tuyos van a seguir asesinando a nuestras familias.
- Siempre has sido un buen vecino, Abei - las palabras de esa respuesta oscilaban entre la dureza y la piedad - pero sabes que no se ha hecho justicia. Odinga es el verdadero ganador y Kibaki tiene que aceptar la derrota. ¡Se acabó el tiempo de supremacía de los Kikuyu, es hora de los Luo!
Sin apreciarlo, Sofía se había ido acercando conforme escuchaba la conversación. De repente, uno de los hombres reparó en ella y le clavó su mirada blanca y negra, interrogante:
"Niña, ¿qué quieres?"
(Imagen extraída de la web de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas)
"Eso sí que era convivir", pensaba al tiempo que dirigía dos ojos como platos hacia la niña que, a su lado, reía por lo bajini mientras tiraba de la manga de su padre con una mano y señalaba hacia ella con la otra. Sofía limpió con la suya el churrete de nata que se le derramaba por la boca. "Ni guarrearme tranquila puedo" y de un rabioso mordisco engulló el resto de barquillo que había sobrevivido a la batalla. "El bullicio puebla las calles por igual. En estas, incluso hay más ruido. Pero aquí, aunque la persona se deje ver en compañía, parece como si cada una estuviera metida en su mundo privado, donde el otro nunca llega a acceder del todo."
Y, ciertamente, si uno levanta por un segundo la vista de sus propios pies (ya conocemos el sencillo manejo del caminar; nos sabemos capaces de hacerlo sin mantener la vista en ello) podrá observar a su alrededor multitud de cabezas sumergidas en sus respectivos andares.
"Hablamos, reímos e incluso aguantamos los alardes de inspiración poética de los andamios que coronan el asfalto. Ahora, salte de los límites de lo 'normal' y en seguida una mirada acusatoria te recordará cuál es tu sitio", y se acordó de la impertinente niña y del exquisito helado de nata con nueces.
Un sonido familiar la sacó de sus pensamientos. Alzando la vista descubrió, a pocos metros suya, dos hombres de apariencia africana sumergidos en una estruendosa aura de risas, gritos y palmadas mutuas en la espalda. Según contó Kapuscinski en su libro "Ébano", los africanos se saludan inexcusablemente siguiendo esta especie de rito: un fuerte apretón de manos se prolonga mientras los recién encontrados se preguntan, a voz de grito, sobre sus respectivas familias (las familias en África son muy numerosas)
"La costumbre - dice el periodista - obliga a sellar cada respuesta positiva con sucesivas cascadas de risa fuerte y espontánea, que, a su vez, deben provocar otras cascadas, todavía más sonoras y homéricas, en la persona que pregunta [...] Cuando la risa se desvanece, eso quiere decir que el acto de saludarse ha concluido, y entonces ya se puede pasar al meollo de la cuestión".
Y el meollo de la cuestión puede ser tan serio como el que atañía a los dos amigos. En medio de un inglés afilado y abrupto, Sofía pudo cazar algunas palabras que le indicaron que aquellos hombres hablaban sobre la crisis que padecía su país: Kenya.
- Ya van casi setecientos muertos- oyó que decía con tono agrio uno de ellos - Y mientras Odinga no dé otras órdenes, los tuyos van a seguir asesinando a nuestras familias.
- Siempre has sido un buen vecino, Abei - las palabras de esa respuesta oscilaban entre la dureza y la piedad - pero sabes que no se ha hecho justicia. Odinga es el verdadero ganador y Kibaki tiene que aceptar la derrota. ¡Se acabó el tiempo de supremacía de los Kikuyu, es hora de los Luo!
Sin apreciarlo, Sofía se había ido acercando conforme escuchaba la conversación. De repente, uno de los hombres reparó en ella y le clavó su mirada blanca y negra, interrogante:
"Niña, ¿qué quieres?"
(Imagen extraída de la web de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas)
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