El televisor como un interminable catálogo de productos en venta. El espectador, como un consumidor compulsivo haciendo shopping que recorre con el mando los distintos canales-escaparates y compra en el acto los productos que llevan o usan los protagonistas de sus series favoritas.
Ésta es la imagen que se me plantó en la cabeza mientras escuchaba hace unas horas a la profesora de "Gestión de la empresa informativa" hablar sobre la publicidad con la llegada de la Televisión Digital Terrestre (TDT). Me parecía un tanto catastrofista, así que me puse a navegar por la web buscando algunos datos más. Información verificada: parece cierto que, gracias a la televisión interactiva que tanto elogian sus promotores, el espectador podrá adquirir en el acto, a través del mando a distancia (y de una solvente tarjeta de crédito, por supuesto) casi todos o todos los productos que vea anunciar en televisión. Y no sólo eso, también tendrá la posibilidad, por cortesía de los amables anunciantes, de adquirir ipso facto, la camiseta que lleva o la leche que bebe Belén Rueda en la cocina de la casa de "Los Serrano".
Me parece gracioso, no puedo evitarlo. Imagino al espectador, extasiado ante la valentía del juramento de Escarlata O´Hara, sosteniendo con su mano izquierda un pañuelo para enjugar el incontenible torrente de lágrimas mientras teclea con la derecha en el mando "192" para comprar la falda que lleva la protagonista del Lo que el viento se llevó.
No es una fantasía ni se antoja demasiado lejano. Sólo habrá que esperar a 2010, cuando se produzca el "apagón analógico" y a los pocos rezagados que todavía resistan con el formato digital no les quede más remedio que unirse al universo del sistema binario. Entonces la publicidad tendrá un peso inimaginable (mayor al que ostenta hoy día, si cabe) en la parrilla televisiva. Si en relación a los periódicos se dice que "la función de las noticias es rellenar el hueco libre que deja la publicidad en las páginas", con la televisión ocurrirá algo parecido.
La publicidad interactiva (aquí hay un breve artículo de introducción al respecto) constituye el paso definitivo para convertir al espectador en mero consumidor de productos. Una idea que los medios de comunicación llevan manejando desde hace ya muchas décadas.
Que no nos coja desprevenidos, eso es lo importante. Que, una vez superados los primeros momentos en que jugueteemos boquiabiertos con el mando y alucinemos con el laberíntico suceder de pantallas que se nos presenta, encajemos de nuevo la mandíbula y no pillemos el síndrome del dedo convulsivo (que clica sin parar el “ok” del mando). A la televisión hay que exigirle calidad en el mensaje que nos transmite, ya que esa es su finalidad y no vendernos un bote de leche.