Hoy me gustaría dedicar esta entrada a todos los caballeros que logran despojarse de la armadura oxidada. Para los que no hayan leído el entrañable cuento de Robert Fisher, resumiré su esencia. Trata de un caballero cuya hermosa armadura brilla tanto como el sol. Ciego de sólo contemplar el resplandor de su coraza, el caballero pierde conocimiento de todo lo que ocurre a su alrededor. Un día, desconozco muy bien por qué, la armadura se oxida y queda adherida al cuerpo del héroe, dejando al caballero preso de su propia auto-adulación.
Para deshacerse de tal cárcel, el individuo debe emprender un largo y difícil camino a través del cual va despojándose de la coraza. El conocimiento de sí mismo y de lo que le rodea han sido las armas para liberarse de su prisión auto impuesta.
Muchos de nosotros llevamos una armadura. La necesidad de una constante aprobación social, de presitigio, de ser amados y envidiados por nuestra imagen, posición social o logros profesionales va creando una cobertura rígida que se adhiere a nuestra persona. Es esa figura de cera que reproduce nuestra apariencia y dentro de la cual nos escondemos ante los demás.
¿Quién no se ha sentido alguna vez preso de sí mismo, de las exigencias auto impuestas, de esa coraza que nos impide movernos con veradera libertad? Porque, ya se sabe, la cera es un material inmodeable, rígido, que una vez se ha solidificado en una forma no admite cambio... a no ser que se derrita.
¿Y qué puede hacer que la cera se derrita o que la armadura se caiga? A mi alrededor estoy viendo un caso (viviendo un caso, más exactamente) en el que la caída de la coraza no se ha producido de manera voluntaria. Más bien ha sido un fuerte choque, una colisión brutal, lo que ha provocado el desprendimiento de algunos de sus pedazos.
¿Qué ocurre ahora? Pues que esos fragmentos caídos han dejado parte del cuerpo desprotegido, vulnerable a los golpes y a las vicisitudes. Y claro, se sufre. Pero la única solución ahora es continuar con ese proceso de desarme. Ya no hay vuelta atrás. Una vez te empiezas a exponer ante el mundo (y ante ti mismo) no puedes volver a cubrirte con pedazos de metal que, además, están oxidados.
Además de ello, estoy segura de que, una vez concluido el camino, alcanzas gún tipo de felicidad. Quizá el golpe haya sido demasiado duro y el resultado no merezca perder lo que has dejado por el camino, pero ¿quién sabe? a lo mejor al final de la ruta encuentras un nuevo paisaje que antes no habrías soñado y que descubres que te encanta. Al menos, te has recuperado a ti mismo, que no es un premio de mera consolación.
Nota: no sólo a los caballeros se les cae la armadura. También las damas pueden desprenderse de sus corsés. Pero el camino no será más fácil...
lunes, 30 de abril de 2007
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3 comentarios:
Qué verdad es a veces lo de la armadura. Quedarte mirándola y recreandote en ella es a veces tan cómodo: no requiere mucho esfuerzo, y puede resultar muy fácil acostumbrarse a ella. Todo el mundo, más tarde o más temprano tiene que enfrentarse a un palo de forma inesperada, y al final, aunque salgamos algo tocados, logras reponerte y seguir adelante. El encontrarte cosas buenas por el camino (como por ejemplo lo que tu dices: encontrarte a ti mismo) puede ser la recompensa a tu empeño de esforzarte por superar el problema.
Me ha gustado que trates un tema como este en tu blog y sobre todo la forma en la que lo has hecho (te ha quedado muy elegante lo del cuento :) )
Mucha suerte a todos los caballeros que se estén desprendiendo de sus armaduras, y un beso muy fuerte para ti.
Yo también estoy de acuerdo con respecto a la coraza que todos formamos a nuestro alrededor más cercano, valga la redundancia! Es decir, elaboramos un pantalla protectora transparente de la que en muchas ocasiones nos es difícil deshacernos de ella.
Sólo los que consiguen coraje y valentía pueden sentirse agraciados por ello.
Me ha gustado mucho la historia
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