Vestiré cada día de amarillo, abriré todos los paraguas dentro de la casa y pasaré bajo cada escalera que me encuentre si la mala suerte tiene siempre los resultados que ha mostrado recientemente.
Ella ha sido fiel compañera durante los últimos meses; se trasladó de Sevilla hasta Madrid para acechar latente bajo los arbustos de unos meses repletos de experiencias inolvidables hasta que, incómoda en su inusitada inactividad, se desperezó y, tras desempolvar su oxidado yugo, se afanó laboriosa en la tarea trayendo consigo semanas de importunios, malas noticias y ratos desagradables para mí y los que me rodean.
El pasado miércoles decidí darle esquinazo y, mochila en mano y compañera a la vera, viajé hasta Cáceres para esconderme entre el alboroto de un hasta entonces desconocido festival, el Womad.
Erre que erre, me siguió la muy jodida y, disfrazada de policía local, nos echó a las dos viajeras del único sitio donde podíamos hospedarnos durante los cuatro días que se prolonga la fiesta.
Pero esta vez le ha salido mal la jugada. Lo que intentaba ser un jaque mate de la mala sombra se tornó en pase de pelota para la fortuna, y me ha permitido conocer a gente extraordinaria y saborear pequeños placeres que ignoraba hasta este momento. Lo mejor de todo: descubrir en un variopinto grupo de personas una cualidad común que creía tan extinguida como el Dodo: la generosidad.
Gratitud es pensar que tienes lo mejor del mundo por dormir dentro de un puesto de mercado hippie que durante las noches hace las veces de tienda de campaña, compartiendo colchón de goma espuma con otras cinco personas a las que has conocido la noche anterior cuando te invitaron a Marihuana y licor de café. Sobre todo, claro está, si tu pan inicial era pasar la noche al raso arrullado por la brisa urbana y los cantos de sirena de los borrachos correspondientes.
Cuando no temes despertar por un botellazo o por los orines expelidos por el beodo de turno, entonces te siente agradecida. También, cuando te cuelan de extranjis en un local compartido de cuyos dueños conocen y aprueban tu presencia sólo una tercera parte. Los okupas también tenemos sentimientos.
La absolluta disponibilidad de alguien que deja, siempre que le es posible, lo que esté haciendo para acudir a echarte una mano, eso provoca gratitud. Y ya es el culmen si, encima, te retrata en una sesión fotográfica y te elimina las ojeras y demás efectos secundarios de la fiesta nocturna.
Un golpe de mala suerte se convierte en un reguero cuando los desintegran las personas inmejorables que se cruzan en tu camino.
Oda a la dama de la mala sombra para decirle: jaque mate.
PD: esta entrada va dedicada a la extremeña por excelencia, compañera del pisito de Quevedo. Conocerla a ella también fue fruto de la mala suerte. De nuevo, gracias a ésta.
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5 comentarios:
No esperaba menos. Lo has conseguido. Hicistes una entrada antes de dormir, gracias!
Lo has descrito muy bien, ahora solo toca que repitas cada año y eso ya sería el culmen de todo.
Espero que cuando lo hagas puedas disfrutar de mi compañía.
Un beso
Los hippies vienen de una tradición milenaria que tiene como signos identitarios el desprendimiento de lo material y la solidaridad y la no violencia. Los ascetas, Jesus de Nazaret -no la Iglesia posterior- San Francisco, creo que el de Asis, Todavía quedan y te los puedes encontrar, si tienes suerte. Si no la tienes puedes tropezarte desde con un pedorro hasta con un violador. ¿Aunque parezca un mito, los violadores violentos existe? Por eso hay que hilar fino para no confundirse. Me alegro de que la aventura termine bien. Por si acaso, el añó que viene ten reservada habitación, no sea que la suerte, la buena o la mala, no esté de tu lado, y alguién tenga la suerte de encontrarse con una perita en dulce que llevarse a la boca.
Papa.
Yo no salgo. Joder.
hola adriana!!
nos encantó teneros cerca en el womad a Fra y a ti!!
Saludos a las dos (y a Maria a la que no tengo el gusto de conocer.
Poned fotos!!
besos
adriana cuando lo leas dinos el hotel para quedarnos en londres!!
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