El oasis... (Capadocia, Turquía)

lunes, 7 de mayo de 2007

Sus primos la mataron a pedradas

"Llegamos al descampado. Eran más o menos las doce de la mañana y los cerca de cuarenta grados de temperatura no habían logrado disuadir a los que allí ya esperaban: mis tíos, mis primos, algunos hermanos y el abuelo. Ninguno me había visto llegar y, agazapada tras un destartalado coche cercano al grupo, me quedé en esa privilegiada posición para presenciar la escena.
A los cinco o diez minutos llegó mi prima, acompañada (arrastrada más bien) por sus dos hermanas mayores (ella sólo tenía 17 años) y su madre. Ellas lloraban mientras la colocaban en el lugar que se le había asignado: en el centro del ruedo, una posición que fuese fácil de alcanzar para todos los presentes. Se apartaron y entonces empezó el espectáculo: los hombres, gritando enajenados "¡Traidora! ¡Traidora!", empezaron a apedrear. El manto de piedras no me dejaba ver el rostro de mi prima pero pude sentir el dolor de cada golpe que recibía durante la media hora que tardó en morir. Luego, aquellos que la habían asesinado, sus propios tíos, hermanos y su padre, se marcharon con la satisfacción del trabajo bien hecho y el orgullo inmaculado".

Ésta es una escena recreada, pero está basada en hechos reales y muy parecidos a los que figuran aquí. Sale hoy en el periódico: Espeluznante ¿verdad? Saber que una niña ha sido asesinada a pedradas por su propia familia. Imaginamos esta escena que, según la información que se aporta, ha podido ocurrir en un barrio cualquiera de cualquier ciudad como Madrid, Sevilla o Alicante, y el espanto se cuela en nuestro cerebro durante días. Y no sólo en nuestro cerebro: también en nuestro televisor, radio, periódicos, revistas y demás medios de comunicación. Se alzan al unísono miles de voces exigiendo justicia y castigo por tamaña crueldad impropia del siglo en el que vivimos.

Pero la situación cambia si el escenario del acontecimiento se traslada a otro lugar. Oriente Próximo, Irak, al norte de este país, para ser más exactos. "Una joven de 17 años perteneciente a la secta yazidí —una antigua minoría religiosa kurda que venera al diablo— fue apedreada hasta la muerte por un grupo de unos ocho o nueve hombres de su familia[...] Su pecado: convertirse al islam para casarse con su novio musulmán".

"Ah, claro...." Una mezcolanza de alivio y cierto sentimiento de superioridad que acompaña al enjuiciamiento hecho de antemano: "....si es que ha ocurrido en un país que no está civilizado. Llevan siglos de retraso y, claro, pasan estas cosas".

Tener preconcebida esta idea es la mayor traba para poner fin a injusticias como ésta. Si una cosa así ocurre en un país "civilizado", del Primer Mundo, del continente europeo o el norteamericano, nos remueve las entrañas. No importa que se trate de un país del que nos separen miles de kilómetros, pertenece a "los nuestros" y por eso nos duele. Ahora bien, si ha ocurrido en un país de África o de Asia, entonces "es normal". Está socialmente aceptado que atrocidades como ésta, que no toleraríamos en nuestros países, ocurran en otros que "no están desarrollados". Entonces ni se quiere ni se intenta hacer nada.

Cuando hay dinero o petróleo por medio (son sinónimos de todas maneras) sí que interesa "luchar para defender los derechos humanos" de un país. Como la tarta iraquí ya se ha repartido entre los que han llegado a tiempo, no hay más lucha que mantener.

Ya está to el bacalao vendío (Hoy, la mitad del vaso no se llena).

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