Siempre he odiado a los optimistas. Esas repelentes personillas a las que se les presenta un probleman gordo y te sueltan, por ejemplo: "Mirando el lado positivo, ¡no es tan malo que me hayan embargado la casa! En el fondo, ya estaba harto de vivir en este precioso pero poco acogedor ático con vistas a la Calle Fuencarral. Ahora toca vivir una aventura" (La aventura de ir de puente en puente, será) O peor aún, esas personas que, cuando te ven ante un problema, no son capaces de dejarte saborear el placer de la autocompasión y tienen que sacarte del "pozo" aunque sea con una grúa araña.
Sin embargo, debido a estas vicisitudes de la vida que me suceden últimamente, estoy aprendiendo a marchas forzadas a ver la cara "menos mala" de las cosas. A apreciar lo bueno de cada asunto y, si no lo tiene, a ponérselo yo misma. La única manera de seguir disfrutando del manjar de la vida es, ante un vaso medio lleno o medio vacío, llenando la mitad vacía de ese vaso (para tener algo con que acompañar la comida, vamos).
Estos sabios conocimientos no se adquieren por arte de magia. Para una persona pesimista por naturaleza, la única manera de interiorizar algo que va contra sus esquemas es, o bien experimentando esa necesidad de cambio por ti misma, o bien viendo ejemplos impactantes de ello en los demás.
Y de esto último la actualidad está repleta. De ejemplos de valentía y coraje para afrontar situaciones de tal calado que tus problemas parecen de parubalario a su lado. Ayer, El país publicaba que al menos uno de cada diez españoles vive con dolor crónico . Estamos hablando de que hay personas (y no pocas en nuestro país) que pasan su día a día acompañados de un padecimiento físico, con el que tienen que realizar todas sus actividades diarias. Y lo más impactante no es el dato en sí (que sólo imaginar esa situación ya duele) sino el saber que muchas de estas personas todavía tienen la fuerza para llevar su vida adelante y, además, hacerlo con ilusión y algo que a muchos que no padecemos nos falta, una dosis de sentido del humor.
Como ésta hay muchas manifestaciones de personas que llenan como sea la mitad del vaso que se empeña en vaciarse. Pero claro, para el pesimista crónico es difícil comprender que sus "problemas" son en muchas ocasiones juegos de niños al lado de casos como éste y otros peores.
La clave para llenar el vaso de tu vida es, como decía anoche mi compañera de piso, la italiana, comprender que todas las cosas de la vida están en una "escalera" (quizá quiso decir escala, pero le salió escalera y esa metáfora me gusta). Hay que visualizar que cada problema se encuentra en un peldaño de esa escalera, por lo que siempre habrá asuntos que se encuentren en un piso superior al tuyo.
Un índice excelente para medir la "escalera del problema" es el "quién ayuda a quién".
Mi piso es un claro ejemplo de ello: mi compañera la española tenía un problema y la animamos. Pero a los pocos días,ella a su vez tuvo que animar a la italiana, que tuvo un problema mayor. Ambas compañeras tuvieron que apoyarme a mí, que sufría un problema más grave que el suyo, y mi asunto quedó como el más alto de la casa. Pero anoche, este "problemón" quedó a ras del suelo cuando hablé con un antiguo amigo cuya situación era a todas luces peor que la mía.
Conclusión: la "escalera del problema" parece interminable. Se puede tomar esto como una visión pesimista de la vida o afrontarlo como una realidad que te ayude a relativizar tus propias pesadillas. Mi nuevo lado optimista me hace optar por lo segundo.
viernes, 4 de mayo de 2007
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1 comentario:
Siempre hemos de buscar el lado bueno de las cosas, tras proporcionar la mayor bondad posible a ese lado. Esta disposición es inherente al instinto de supervivencia del ser humano y constituye el principal motor de su existencia: la búsqueda de la felicidad. La autocompasión debe ser un pequeño alto en el camino para proseguir avanzando y solo se puede hacer desde la esperanza, que es aliada inevitable del optimismo. Cuando se entra en una zona de niebla u oscuridad, el optimismo es una luz de guía y el impuso que nos mantiene adelante. En el caso de las personas que tienen dolor, estas pueden atenuarlo o vivirlo con menos dramatismo, saturando los sentidos con vivencias esperanzadoras o autogenerando recursos que lo sublimen: la ensoñación, la fantasía, la ilusión. Una sonrisa amplia o una risa desinhibida pude poner en marcha la visión positiva de las cosas. Para amargarse siempre hay tiempo.
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